domingo, 18 de noviembre de 2018

MAMIHLAPINATAPAI

Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos
Bertrand Russell 

Esta cita se quedó grabada en mi cabeza desde la primera vez que la leí, hace ya unos años, cuando trataba de entender y descifrar la definición más perfecta del sentimiento romántico. La recordé esta mañana en el metro, llevaba un libro bajo el brazo y la cabeza orbitando en otra galaxia, que ni yo misma sé dónde está. Me sentía con suerte por poder estar ocupando una plaza en este lugar al que llamamos mundo. 

Hace tiempo que me prometí a mí misma, proteger, preservar y defender todos y cada uno de mis sueños por encima de cualquier impedimento: rebatiría las leyes de Newton o viajaría hasta el Annapurna a la pata coja si hiciera falta. Decidí que arriesgarse siempre es la mejor opción, que no quería sentarme a mirar lo que pasa. Que me lanzaría de cabeza sí creo en ello. 

No tengo dudas. Si fuera un árbol, sería el castaño al que todo el mundo le quiere sacar una foto porque representa el otoño. Si fuera una escalera, querría servir de asiento para los que no necesitan más que un “aquí y ahora”. Si fuera una flor, crecería en medio del asfalto para sorprender al sol. Si fuera un muro sería la grieta por la que pasa la luz. Si fuera un abrazo, sería de los que te remueven por dentro y acaban con un beso en la frente. Si fuera una palabra sería amor. 

He tropezado cientos de veces con la misma piedra; algunas veces por despiste, otras por error y la gran mayoría por voluntad propia. Cabezonería, divino tesoro. Reconozco que me he tirado mil veces en picado al mismo pozo por defender causas perdidas en un intento de arreglar el mundo y otros planetas cercanos. Me declaro culpable de no arrepentirme de ninguna de ellas y puedo prometer y prometo tener la intención de volver a hacerlo tantas veces como me apetezca. 

Soy fan, muy fan de las miradas de reojo, los álbumes de fotos, las sábanas siempre revueltas, las cañas con amigos, los viajes improvisados, las librerías de segunda mano, las cosas complicadas, los polvos mañaneros y el cigarro de después.

Así que, la cuestión final de todo esto, no es otra que la que nos planteaba Barbra Streisand en "El amor tiene dos caras": 

¿Por qué la gente busca el amor cuando éste tiene una caducidad limitada y puede ser aniquilador? Yo creo que es porque, como algunos de vosotros ya sabéis, mientras dura… te sientes de puta madre

lunes, 20 de agosto de 2018

LO QUE NUNCA NOS ENSEÑARON


Nos enseñaron que había una serie de normas que debíamos cumplir y un pensamiento que debíamos seguir para ser normales, estables, parte del grupo.  Que las cosas se medían con una regla, escuadra y cartabón; para encontrar la respuesta solo teníamos que saber realizar la suma correcta y nos enseñaron a sumar. 

Midieron mis conocimientos y actitudes en una escala que iba del 1 al 10, y me dijeron que para tener éxito era imprescindible saber los ríos de Europa, que la Vía Láctea algún día colisionará con Andrómeda y tener claro lo que quería ser de mayor.

Me enseñaron que mi familia eran aquellas personas que me hacían dibujar en un folio, obviando que cuando creces dibujarías otras personas en ese mismo lugar. Me enseñaron que debía cumplir una serie de normas, no me preguntaron si me parecían bien. También me dijeron que una persona, un ser humano, un ser racional, necesita dormir una media de 8 horas diarias y yo nunca he cumplido esa pauta; por lo que crecí dudando en mí. 

Me enseñaron que la historia ha de contarse con un orden cronológico, lineal. Me enseñaron a sentarme de manera correcta, la espalda apoyada y los pies en el suelo, no cruces las piernas, los codos no se ponen encima de la mesa. Me enseñaron que el tenedor se coge con la mano izquierda y el cuchillo con la derecha y yo sólo sé cortar con la mano izquierda. Otra vez dudas. Lo natural no es aquello que dictan los impulsos, sino aquello que es considerado normal.

No tuve ningún profe que me enseñara que todo eso no me iba a servir de nada si lo que quería y esperaba de mi vida era vivir de verdad. Libre. Pura. Mía. Real.

No me dijeron que a veces las heridas no se curan  poniendo una tirita, que se pueden curar tomando una caña con tus amigos, que para resolver algunos problemas, no me iba a hacer falta regla, ni escuadra, ni cartabón.

Nadie me explicó, que la electricidad y la energía también la iba a poder tocar en un cuerpo físico, que encima habla, camina, sonríe. A veces, incluso se enfada.
No había una parte en el temario en el que me explicaran que mi historia se iba a medir por las veces que he llorado de la risa, por aquellas en las que he sentido que se me desgarraba el alma y por todas aquellas en las que he sentido la felicidad más plena, auténtica y real.

Seguramente, estaba hablando con la compañera de al lado cuando explicaron que un corazón que late no siempre es un corazón que está vivo, y que un corazón vivo puede pararse cuando alguien te mira y te dice que su persona eres tú.

Tampoco cogí apuntes el día que el profesor explicó que si me perdía un amanecer con mis amigos porque tenía que dormir ocho horas es porque soy gilipollas y que tu familia no son solo tus padres, sino que también lo son esas personas que  recorrerían medio mundo por ti.  Y que la dirección de mi casa no era solo la que ponía en la agenda, sino que mi casa es cualquier lugar en el que esté mi gente.

Así que no tenían razón, la respuesta correcta no siempre se encuentra sumando, no siempre uno más uno son dos, ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos, ni las cosas son siempre lo que parecen.

Me pregunto si realmente creían que íbamos a cumplir las normas, que íbamos a dejar de pasar por un camino porque un cartel nos decía que no lo hiciésemos o dejaríamos de subirnos a los tejados porque se supone que un ser racional no debe hacerlo. Se olvidaron de decirnos que quien quieres ser de mayor es quien quieres ser en cada momento de tu vida.

Y no nos dijeron que el mundo no es un círculo cerrado, sino que se rige por las mil formas abiertas en las que puedes vivir.

martes, 17 de julio de 2018

NEFELIBATA





Quien me conoce lo sabe, soy un desastre. Puedo estar meses sin llamar por teléfono, siempre me olvido de los cumpleaños, doy mucha importancia a cosas inútiles y paso de algunas importantes. Te contaré mi vida en cualquier baño a las 7 de la mañana y haré que no ha pasado nada. Mis enfados duran una media de 3 minutos y pienso que todo se soluciona con un abrazo. Olvido rápido, olvido siempre. 

Pero no me cuentes cuentos. Que ya me los sé, que yo también los he contado. Para quien todavía no lo sepa, vivo en el país de las maravillas en el que ya no cabe ninguna criatura antropomórfica más. En el que Alicia se ha cansado de seguirle el juego al conejo blanco y ya no siente curiosidad por entrar en la madriguera. 
Mi hada madrina se llama tiempo y aunque todavía no me ha concedido todos mis deseos, me ha enseñado un truco que siempre funciona: intentar ser feliz. No lo busquéis en el libro, está en la página que nunca vais a leer hasta que no comprendáis lo que es importante en la vida, en vuestra vida. 

No me contéis cuentos, ni fábulas, ni novelas, que ya tengo mi película propia. Se llama saber lo que quiero y tiene un valor incalculable. Es como cuando te preguntan si prefieres playa o montaña y no te decides, pero tienes realmente claro que no quieres quedarte en casa. 

Es muy simple: lo que puedes querer está en parte condicionado por el futuro, lo que no quieres es un producto fiable de tu pasado. 
Lección aprendida, no somos como los caballitos de mar que se quedan toda su vida con la misma pareja.

No me cuentes cuentos, que los zapatos de cristal se acaban rompiendo y hace mucho que no vuelvo a casa antes de las doce. Soy más de noches bailando con quien sabe entender que me van los vuelos sin motor y las sonrisas en las que se ven los dientes y que no intentan cortarme las alas. Y vuelo, alto, siempre. Las calabazas para quien las quiera.

¿Os sabéis el cuento del elefante de circo que acabo conquistando al mundo aprendiendo a volar? Es mi favorito. Manojo de flores que ha sobrevivido a mil inviernos sin morirse por nadie, para conquistar mi mundo hace falta poco ruido y muchas nueces.

Puede que no lo entiendas, pero al otro lado del muro hay jirafas que capaces de andar por si solas a la media hora de haber nacido. Un ron cola, por favor, que mis caídas siempre son libres pero nunca me olvido de poner los pies.
Cigarros de después que no se quieren acabar, no te imaginas cuántas letras se me han quemado entre los labios escuchando historias que no eran verdad.


No me cuentes más cuentos, que Pinocho ya no tiene a quien mentir.


martes, 1 de mayo de 2018

HABLEMOS, HABLEMOS MUCHO.

Hablemos. Hablemos de lo que importa, de lo que me importo. Hablemos de reír y de llorar, de cómo hemos cambiado. De tabúes, de miedos. Hablemos del vértigo que sigo sintiendo, de los escalofríos que me dan cuando pienso en nuevas emociones. Hablemos del tiempo, de la vida, de las personas. Hablemos de dejar a un lado las dudas, de lanzarse al vacío, de saber que todos somos “en el fondo un poco sí” de alguien. Hablemos de echar de menos, de echar de más. Hablemos de eso que llaman enamorarse. 

Hablemos de lo que nos han enseñado, de que no somos la mitad de nadie, que estamos enteros por dentro. Hablemos de querernos, de querernos mucho, de querernos bien. Hablemos del por qué ellos sí y yo no. De por qué nos perdimos a mitad del camino y de como nos hemos encontrado. Hablemos de apostar todo por aquello en lo que crees, de no rendirse nunca, de personas que se convierten en bastón en tu camino. 

Hablemos de volver a empezar, de dejar atrás los miedos, los fracasos. Hablemos de aprender a convivir con lo que nos perturba, de superarlo, de olvidar y de volver a comenzar. Porque lo cierto es que enfrentarse al cambio da miedo y a veces necesitas una cerveza para superarlo o dos. 

Hablemos de las ilusiones, de las que nunca pasaron a ser algo más que eso. Hablemos de promesas que vendimos, las que nos vendieron y nos dejaron cicatrices. De por qué nos empeñamos en buscar la felicidad, esa felicidad utópica que nos pone el listón tan alto, que no nos deja ver más allá y nos perdemos en nosotros mismos. Por eso, paremos el tiempo, y hablemos de empezar por el principio. De aceptarnos como somos, de dejarnos querer, en nuestra versión original. Hablemos de no mentirnos a nosotros mismos, y de aceptar la realidad, aunque esté llena de imperfecciones. 

Hablemos de saber esperar, de querer solo cuando nos sintamos preparados, para poder dar el paso cuando llegue el momento oportuno.  Hablemos de apostar nuestros pros y contras a un pleno, confiando, mientras gira la ruleta, en que el riesgo merezca la pena. Hablemos de los abrazos que se dan por la espalda, de los besos en la frente. Hablemos del amor que no entiende de normas. 

Hablemos de que la realidad será tal y como nosotros queramos que sea, con los pies en el suelo, pero agarrando con fuerza las oportunidades. Hablemos de decir “te quiero” al oído. Hablemos con franqueza, sobre los pilares de la lealtad y de la confianza, de cómo sobre ellos construiremos nuestra historia, piedra a piedra, paso a paso.

Hablemos y encontrémonos. Hablemos en el bar, en la ducha, en la cama, en la calle. Hablemos de nuestra película favorita, de la canción que suena siempre de fondo en mi cabeza. Hablemos con la mirada. Hablemos mientras discutimos. Hablemos entre carcajadas. Hablemos aquí y ahora. Hablemos entre tú y yo.  




lunes, 25 de septiembre de 2017

Felicidad es reír a carcajadas

Supongo que siempre he escrito sobre lo mismo, lo que me enfada, duele o agobia. O sobre lo que quiero hacer, sobre mis sueños y anhelos. O sobre corazones rotos, en mil pedazos, partidos, despedazados. O sobre otros. Sigo hablando de corazones, que se reinventan, que reviven, que se ponen contentos sin motivo aparente, o con él, quién sabe. ¿A quién le importa? Qué más da la razón si te hace sonreír. Al final, lo importante es sonreír, de oreja a oreja.

Supongo que siempre escribo sobre mi vida, sobre cartas, sobre cosas que nunca pensé que viviría, sobre textos que jamás pensé que escribiría. Sobre lo mucho que me molestaban cosas, hechos, sobre la piedra en el zapato o sobre puertas que se cierran. Pero hoy, ahora mismo, a las dos del mediodía con una canción que hacía mucho que no escuchaba de fondo, en mi habitación con velas encendidas (benditas velas y su olor) sólo tengo ganas de escribir sobre lo que me hace feliz. Por si algún día, en el que todo este gris, me apetece recordarlo. Por si le sirve de consuelo a alguien que haya olvidado lo que le remueve por dentro, la energía que le invade.

Mi manera de afrontar este día, vestida en chándal, sentada sobre mi cama, tras hacer los recados después de un fin de semana movido. Supongo que por todo esto me han entrado ganas de escribir con sinceridad: debe ser que la sangre todavía tiene cerveza y no me fluye bien por el cuerpo y no llega a mi cerebro. Que no es que no sea sincera de normal, pero vaya, ya me entendéis. En momentos de tranquilidad, debilidad física o mental es donde mi verdadero yo resurge para comerse a todos los demás, desde los monstruos hasta las hadas. Y ya no hay filtros. No hay nada, porque nada ha de haber. Dicen que al menos dos días a la semana tienes que salir solo tú. Sin maquillaje, sin compañía. Tú.

Todo lo que me hace feliz no cabe en un texto. Pero no sé otra manera de expresarlo, de contarlo, que no sea escribiéndolo. Desde lo más pequeño hasta lo más grande. A partir de ahora, empieza lo bueno, ya veréis.

Me hace feliz comprar flores, aunque luego se me mueran. No comprar flores por temor a que no me duren más de una semana es igual a no querer una relación por si te acaban dejando. Oye, titi, ya se morirán – o ya te dejarán – pero mientras tanto, que te iluminen. Me hace feliz escuchar música y recordar momentos y personas. Y acordarme de las noches, de los días. Me hace feliz la seguridad que ahora tengo en mí. Ver Amelie por 345 vez un domingo por la noche.

Me hace feliz saber que hay alguien bajo este cielo inmenso pensando en mis torpes pasos. Me hace feliz sentir que alguien se ríe de lo mismo de lo que me río yo. A fin de cuentas, eso es lo que siempre había soñado.

A quien me quiera querer, le digo: me hace feliz que no me quieras cambiar. Que tal cual soy, me quieras. Eso ya es. Eso lo es todo.

Me hace feliz el café por la mañana – el primero y el segundo – el zumo de naranja recién exprimido. Me hace feliz que me surjan ideas, y plasmarlas en un papel. Me hace feliz que cada vez haya más mujeres luchando por sus derechos, por los nuestros, los de todas. Que el feminismo no es igual al machismo. Que jamás en la vida se puede equiparar. Y que una mujer nunca debería echar tierra sobre sí misma y, sobre todo, sobre las que llevan tanto tiempo sufriendo, peleando y muriendo para que ellas puedan votar, divorciarse, trabajar. Ser feminista no es ser extremista. Ni llevar una camiseta de Inditex que lo ponga.

Me hace feliz leer novelas y poesía, me hace feliz salir a pasear, meditar, caminar descalza. Me hace feliz hablar con la gente, escuchar, que me escuchen.

Me hace feliz que la gente sea feliz. Me hace feliz salir y que el aire me dé en la cara y saber que por fin soy libre. Me hace feliz sentirme amada por los demás, pero sobre todo por mí misma.

Me hace feliz saber que siempre se sale adelante. Aunque todo se ponga muy negro o se nos mueran las ganas y las flores y las relaciones. Siempre hay un mañana. Quizás siempre es mañana. Y sale el sol. Porque siempre hay una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para estar mejor, para quedarnos solo con lo bueno.  Y a lo malo, pues nada. Cuando surja, le dedicaré esto. Tan tranquilamente. Por ahora no me lo planteo.



SARA REY



martes, 12 de septiembre de 2017

PLAN B

Hace un tiempo me preguntaron: 

  •  ¿Cuándo fue la última vez que te apasionaste por algo?
  •  ¿Dónde se ha escondido la chispa que iluminaba tus ojos y la ilusión que despertaban tus palabras?
  • ¿Dónde ha ido a parar tu pasión, tu entusiasmo, tus ganas de vivir?
Fruncir el ceño como respuesta empezó a formar  parte de mi expresión natural. No me gustaba nada.  Pensaba que la suerte me había dejado un poco de lado, o quizás, yo la había descuidado. Pero, titis, la suerte es solo un factor externo del que no se puede depender. Y por por eso, ante todo esto, hay que disponer de un plan B: Volver a ser feliz.

Así que no echemos las culpas a la suerte. La felicidad depende de uno mismo. Concretamente, de nuestra actitud, de nuestro ser, de nuestra manera de enfrentarnos a los desafíos. Y si ése es siempre nuestro plan A, sencillamente, no necesitamos más letras.

En algún lugar leí o escuché, que cerca del 90% del éxito en la vida está en la actitud, tan sólo el 10% es conocimiento. Lo importante es la actitud con la que nos enfrentamos a la vida. Aquí, justo en este punto, entra lo que se conoce como coeficiente de optimismo. La Nasa, cuando tiene que enviar a un tío a la Luna, no mira la inteligencia, mira el coeficiente de optimismo. ¿Tú te imaginas ir a la Luna con un pesimista?

¾     ¡Nos vamos a caer! ¡Se oye un ruido!

Nuestro cerebro no ve más allá de lo que nuestras emociones quieren, razón, por la cual, hay personas que hagan lo que hagan siempre salen adelante, de la misma manera, que hay gente que haga lo que haga, siempre se hunde.

Me encuentro en el  camino de radiar optimismo, dejar que los problemas sólo sean retos que conseguiré superar. No me quiero conformar con sobrevivir. Quiero volver a encontrarme, cuanto antes, a mí, y a la razón que hace que me levante todas las mañanas.

Miro a mi alrededor y veo que la gente se pasa el día corriendo, no tiene ni idea de a dónde, pero corren, todo el rato. ¿Por qué tanta prisa? Paremos un momento, volvamos a tomar el control sobre nuestra vida.

La energía que difundimos, que transmitimos, que proyectamos, se contagia. Hay personas con energías tan auténticas que en su compañía siempre acabas empapado de vida, las he visto, las he conocido, las he abrazado y me he empapado de amor.

Creo que con la suerte sucede lo mismo: se atrae.

Me he mirado al espejo y me he dicho: córtate el pelo, vete de compras, haz ejercicio, renuévate por dentro y por fuera. Todo depende de tu perspectiva y de la felicidad interna que haya dentro de ti.

Yo la he conocido, y quiero que la felicidad vuelva a consumirme para poder bailar con ella de nuevo.

Quiero que me vuelva a hablar de sueños ambiciosos, que me devuelva la pasión, que me haga reír a carcajadas, que se ponga a cantar cuando no viene a cuento.

Ha llegado el momento de volver a ser feliz.



domingo, 8 de enero de 2017

El tiempo. Todo. Locura

Hay silencios que dijeron más que miles de palabras. Miradas que se cruzaron y fueron incapaces de articular media palabra.
Lo que nunca nos dijimos fue, sin quererlo, el final de nuestra historia. Nuestro punto y aparte, pero recuerdo que un día fuiste casa. Con puerta y sin ventanas para que nunca nos llevase la corriente. Yo era chimenea, trasnochaba al calor que me daban tus brazos.

Dijiste que sumábamos y que los dedos estaban para algo más que contar los días que faltaban para volver a vernos. Pero poco a poco, sin quererlo, nos volvimos grises. No lo sabíamos tampoco. Pasamos a ser una playa sin mar. Pese a que lo intentamos. Sí, vaya que si lo intentamos. Del derecho y del revés, del suelo al cielo. Y viceversa. Pero no pudo ser, y tuvimos que venderlo todo para pagar las copas de los bares que nos prometían olvidar.

Y fuimos tontos, por creer que aquello que se esconde nunca vuelve a aparecer, como si ocultar los escombros bajo la alfombra fuese la solución.
Nos olvidamos de cubrirnos de la lluvia. Y entonces lo entendimos todo. Comprendimos que un refugio no es un hogar, sino un lugar en el que escondernos del tiempo, de las prisas, de todos los que ya nos daban por muertos.
Nos deshicimos como se deshacen los sueños que nunca veremos cumplidos. Nos hicimos añicos.
Nos despedimos, sin rozarnos los labios, pero con la frente arrugada, por todo lo que no pudimos ser. Por todo lo que fuimos. Por lo que construimos con nuestras manos. Por lo que fuimos incapaces de sostener.

Estuvimos a punto de rodar el final esperado, el de las lágrimas y los abrazos que nunca volverían a repetirse.
No hubo tiempo de tomas falsas. El silencio nos invadió y se convirtió en el protagonista.

Nos marchamos, mirando atrás, como quien cree ver algo que nunca fue. Como si nada hubiese merecido la pena. Como si la vida no fuese más que destruirnos después de habernos construido a nuestra imagen. Sin semejanzas.