domingo, 8 de enero de 2017

El tiempo. Todo. Locura

Hay silencios que dijeron más que miles de palabras. Miradas que se cruzaron y fueron incapaces de articular media palabra.
Lo que nunca nos dijimos fue, sin quererlo, el final de nuestra historia. Nuestro punto y aparte, pero recuerdo que un día fuiste casa. Con puerta y sin ventanas para que nunca nos llevase la corriente. Yo era chimenea, trasnochaba al calor que me daban tus brazos.

Dijiste que sumábamos y que los dedos estaban para algo más que contar los días que faltaban para volver a vernos. Pero poco a poco, sin quererlo, nos volvimos grises. No lo sabíamos tampoco. Pasamos a ser una playa sin mar. Pese a que lo intentamos. Sí, vaya que si lo intentamos. Del derecho y del revés, del suelo al cielo. Y viceversa. Pero no pudo ser, y tuvimos que venderlo todo para pagar las copas de los bares que nos prometían olvidar.

Y fuimos tontos, por creer que aquello que se esconde nunca vuelve a aparecer, como si ocultar los escombros bajo la alfombra fuese la solución.
Nos olvidamos de cubrirnos de la lluvia. Y entonces lo entendimos todo. Comprendimos que un refugio no es un hogar, sino un lugar en el que escondernos del tiempo, de las prisas, de todos los que ya nos daban por muertos.
Nos deshicimos como se deshacen los sueños que nunca veremos cumplidos. Nos hicimos añicos.
Nos despedimos, sin rozarnos los labios, pero con la frente arrugada, por todo lo que no pudimos ser. Por todo lo que fuimos. Por lo que construimos con nuestras manos. Por lo que fuimos incapaces de sostener.

Estuvimos a punto de rodar el final esperado, el de las lágrimas y los abrazos que nunca volverían a repetirse.
No hubo tiempo de tomas falsas. El silencio nos invadió y se convirtió en el protagonista.

Nos marchamos, mirando atrás, como quien cree ver algo que nunca fue. Como si nada hubiese merecido la pena. Como si la vida no fuese más que destruirnos después de habernos construido a nuestra imagen. Sin semejanzas.

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