Supongo
que siempre he escrito sobre lo mismo, lo que me enfada, duele o agobia. O
sobre lo que quiero hacer, sobre mis sueños y anhelos. O sobre corazones rotos,
en mil pedazos, partidos, despedazados. O sobre otros. Sigo hablando de
corazones, que se reinventan, que reviven, que se ponen contentos sin motivo
aparente, o con él, quién sabe. ¿A quién le importa? Qué más da la razón si te
hace sonreír. Al final, lo importante es sonreír, de oreja a oreja.
Supongo que siempre escribo sobre mi vida,
sobre cartas, sobre cosas que nunca pensé que viviría, sobre textos que jamás
pensé que escribiría. Sobre lo mucho que me molestaban cosas, hechos,
sobre la piedra en el zapato o sobre puertas que se cierran. Pero hoy, ahora
mismo, a las dos del mediodía con una canción que hacía mucho que no escuchaba
de fondo, en mi habitación con velas encendidas (benditas velas y su olor) sólo
tengo ganas de escribir sobre lo que me hace feliz. Por si algún día, en el que
todo este gris, me apetece recordarlo. Por si le sirve de consuelo a alguien
que haya olvidado lo que le remueve por dentro, la energía que le invade.
Mi manera de afrontar este día, vestida en
chándal, sentada sobre mi cama, tras hacer los recados después de un fin de
semana movido. Supongo que por todo esto me han entrado ganas de escribir con
sinceridad: debe ser que la sangre todavía tiene cerveza y no me fluye bien por
el cuerpo y no llega a mi cerebro. Que no es que no sea sincera de normal, pero
vaya, ya me entendéis. En momentos de tranquilidad, debilidad física o mental
es donde mi verdadero yo resurge para comerse a todos los demás, desde los
monstruos hasta las hadas. Y ya no hay filtros. No hay nada, porque nada ha de
haber. Dicen que al menos dos días a la semana tienes que salir solo tú. Sin
maquillaje, sin compañía. Tú.
Todo lo que me hace feliz no cabe en un texto.
Pero no sé otra manera de expresarlo, de contarlo, que no sea escribiéndolo.
Desde lo más pequeño hasta lo más grande. A partir de ahora, empieza lo bueno,
ya veréis.
Me hace feliz comprar flores, aunque luego se
me mueran. No comprar flores por temor a que no me duren más de una semana es
igual a no querer una relación por si te acaban dejando. Oye, titi, ya se
morirán – o ya te dejarán – pero mientras tanto, que te iluminen. Me hace feliz
escuchar música y recordar momentos y personas. Y acordarme de las noches, de
los días. Me hace feliz la seguridad que ahora tengo en mí. Ver Amelie por 345
vez un domingo por la noche.
Me hace feliz saber que hay alguien bajo este
cielo inmenso pensando en mis torpes pasos. Me hace feliz sentir que alguien se
ríe de lo mismo de lo que me río yo. A fin de cuentas, eso es lo que siempre
había soñado.
A quien me quiera querer, le digo: me hace feliz que
no me quieras cambiar. Que tal cual soy, me quieras. Eso ya es. Eso lo es todo.
Me hace feliz el café por la mañana – el
primero y el segundo – el zumo de naranja recién exprimido. Me hace feliz que
me surjan ideas, y plasmarlas en un papel. Me hace feliz que cada vez haya más
mujeres luchando por sus derechos, por los nuestros, los de todas. Que el
feminismo no es igual al machismo. Que jamás en la vida se puede equiparar. Y
que una mujer nunca debería echar tierra sobre sí misma y, sobre todo, sobre
las que llevan tanto tiempo sufriendo, peleando y muriendo para que ellas puedan
votar, divorciarse, trabajar. Ser feminista no es ser extremista. Ni llevar una
camiseta de Inditex que lo ponga.
Me hace feliz leer novelas y poesía, me hace
feliz salir a pasear, meditar, caminar descalza. Me hace feliz hablar con la
gente, escuchar, que me escuchen.
Me hace feliz que la gente sea feliz. Me hace
feliz salir y que el aire me dé en la cara y saber que por fin soy libre. Me
hace feliz sentirme amada por los demás, pero sobre todo por mí misma.
Me hace feliz saber que siempre se sale
adelante. Aunque todo se ponga muy negro o se nos mueran las ganas y las flores
y las relaciones. Siempre hay un mañana. Quizás siempre es mañana. Y sale el
sol. Porque siempre hay una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para estar
mejor, para quedarnos solo con lo bueno. Y a lo malo, pues nada. Cuando surja, le
dedicaré esto. Tan tranquilamente. Por ahora no me lo planteo.
SARA REY