Hay
silencios que dijeron más que miles de palabras. Miradas que se cruzaron y
fueron incapaces de articular media palabra.
Lo que nunca
nos dijimos fue, sin quererlo, el final de nuestra historia. Nuestro punto y
aparte, pero recuerdo que un día fuiste casa. Con puerta y sin ventanas para
que nunca nos llevase la corriente. Yo era chimenea, trasnochaba al calor que
me daban tus brazos.
Dijiste que
sumábamos y que los dedos estaban para algo más que contar los días que
faltaban para volver a vernos. Pero poco a poco, sin quererlo, nos volvimos
grises. No lo sabíamos tampoco. Pasamos a ser una playa sin mar. Pese a que lo
intentamos. Sí, vaya que si lo intentamos. Del derecho y del revés, del suelo
al cielo. Y viceversa. Pero no pudo ser, y tuvimos que venderlo todo para pagar
las copas de los bares que nos prometían olvidar.
Y fuimos
tontos, por creer que aquello que se esconde nunca vuelve a aparecer, como si
ocultar los escombros bajo la alfombra fuese la solución.
Nos olvidamos
de cubrirnos de la lluvia. Y entonces lo entendimos todo. Comprendimos que un
refugio no es un hogar, sino un lugar en el que escondernos del tiempo, de las
prisas, de todos los que ya nos daban por muertos.
Nos
deshicimos como se deshacen los sueños que nunca veremos cumplidos. Nos hicimos
añicos.
Nos despedimos, sin rozarnos los labios,
pero con la frente arrugada, por todo lo que no pudimos ser. Por todo lo que
fuimos. Por lo que construimos con nuestras manos. Por lo que fuimos incapaces
de sostener.
Estuvimos a
punto de rodar el final esperado, el de las lágrimas y los abrazos que nunca
volverían a repetirse.
No hubo
tiempo de tomas falsas. El silencio nos invadió y se convirtió en el
protagonista.
Nos marchamos, mirando atrás, como quien
cree ver algo que nunca fue. Como si nada hubiese merecido la pena. Como si la
vida no fuese más que destruirnos después de habernos construido a nuestra
imagen. Sin semejanzas.
genial juego de palabras :)
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